Todos nacemos originales y morimos copias
Ya entonces, Carl Jung (médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo) pretendía con esta frase reivindicar que en la escuela se esfuerzan más en inculcar un tipo de razonamiento dado que no dedicar los esfuerzos a sacar lo mejor de cada uno. Catherine l’Ecuyer, en una entrevista concedida a La Vanguardia recientemente, es más radical afirmando que “matar la imaginación, el asombro y la creatividad de un niño para inculcarle cuanto antes y contra su naturaleza una actitud razonable es típico de una sociedad fría, cínica y calculadora. Hacemos a los niños a nuestra medida. El niño es un adulto pequeñito”.
¿Por qué hoy en día, con tanta información disponible, se dan cifras tan preocupantes en lo relativo al fracaso escolar, la motivación de los niños, su atención y su aprendizaje?
Catherine nos propone una alternativa en su libro: Educar en el asombro. Según sus propias palabras se trata de “educar al niño en el agradecimiento por la vida, por la belleza y el misterio que le rodea”.
Cierto es que se ha perdido el valor de motivar y mantener a los niños en el deseo de conocer, de no dar nada por supuesto, algo que está en ellos de forma natural desde que nacen. En lugar de ello tenemos unos niños sobreestimulados, cosa que provoca que su atención se tenga que dividir y con ello merme, dificultando el proceso de aprendizaje a largo plazo. El hecho de que tengan todo disponible en cualquier momento hace, además, que den el mundo por supuesto y bloquea su deseo, pues ya lo han visto todo.
Dejemos que ese instinto natural se desarrolle y aprendamos de nuestros hijos; de su capacidad de observación, de su paciencia y su papel activo en el mundo que les rodea. Vamos demasiado deprisa a todos lados, sin ser conscientes, corriendo el peligro de ser meros “robots humanos” manejados por un “piloto automático” que nos guía. Volvamos a tomar el control de nuestras vidas.